Sobre la resistencia de los cuerpos
José Luis Cuevas
35,00€
Hay existencias
Descripción
On the resistance of bodies
José Luis Cuevas (México)
José Luis Cuevas is focused on expounding photographic series grounded on documentary photography, but developed with absolute freedom. His work suggests a symbolic approach to the human body, conceived as a momentary and vulnerable substance, bound to its own nature and especially to its own social, political and economic system that deteriorated it.
19 x 26,5 cm / 128 pages / Swiss Binding
Prepress: La Troupe
Print: Brizzolis
Translation: Julia Murillo
ISBN 978-84-939682-8-1
First edition, october 2018, Madrid.
Co-published in Madrid by Cabeza de Chorlito and Chaco
Sobre la resistencia de los cuerpos
José Luis Cuevas (México)
José Luis Cuevas se dedica a desarrollar proyectos que tienen como base una metodología documental, pero concebidos con absoluta libertad. En su trabajo, plantea una aproximación simbólica al cuerpo del hombre como materia vulnerable y efímera, expuesta a su propia naturaleza, pero sobretodo, a un sistema social, económico y político que la erosiona.
https://elpais.com/cultura/2018/12/13/babelia/1544705154_357065.html
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«Background and additional observations: At an early age I was taken to a hospital where my mother gave birth to my seven-month-old brother who lived only a few hours inside an incubator. I remember him as a small, motionless mass of pink skin, with the holes of the nose and ears sealed with cotton. My father asked me to say goodbye with a kiss. I still have the feeling of kissing soft plastic. Dust and ashes was the original title of this set of observations. The images have been produced almost automatically, like this writing exercise.
During my teenage years, I developed the mania of looking for my father by calling him on the phone several times a day. I had the feeling something would happen to him, some sort of accident, robbery, even murder. When he died, just a few years ago, I found him in an emergency room, with his jaw exposed, opened by a respiratory tube that went through his mouth and throat. From that paranoia I developed the mania of looking at police press covers just to make sure no loved one was on the front page. Last year a student of mine was murdered by her boyfriend. The next morning, as I approached the newspaper stand, my fear materialized in the last image I would see of her. The man in the foreground, she in the background, in her bed, blurred. I couldn’t hold the look. I immediately felt a pain in my chest.
Chest pain could have been another title. The body is always exposed to friction with other bodies. We can literally trample on ourselves, make soap with our own fat. During a period of time I visited factories with the intention of observing machines and portray workers. Then I looked for people in the street and invited them to the studio. Later, I put ads in a newspaper and people came alone. I portrayed them naked, half-naked or dressed in black clothes. Sessions of 150 to 300 photographs. The flash makes people’s eyes red. We always began up front until we reached one profile and then the other. The act itself reinterpreted an authoritarian submission. A register of unemployed and underemployed willing to show themselves for an economic remuneration.
From some of the portrayed I obtained specific data that provided information on vulnerable aspects. Each person portrayed represents a person in flesh and blood. Each one with its own circumstance. One of them, for example, was hire by the medical industry, his job is to ingest pills and then undergo laboratory tests. To be observed by transnationals is surely more profitable than to pose without a shirt. The best paid, says this man, are antidepressants. Another one, with ten surgeries performed on his face, decided to live permanently inside a car, a kind of voluntary social exile. Today, the car is no longer there. The man either. Cars are shredded and sold by parts.
The interior of an ambulance without the injured produces boredom. One ends up not differentiating between the things that go through one’s head and those that you have seen with your own eyes. A girl with broken bones. A taxi driver crushed by a trailer. A mother who watches her son get up for the last time to fight the paramedic, as if he had shot the bullet that pierces his back. It is predicted that this man will not reach the operating room. Loneliness and emptiness are magnified inside an ambulance without the injured.
In the history of clinics, hospitals serve as control and isolation centers. A doctor, specialist in glands, gives me access to one of his interns. The man shows the camera a voluminous body. Nothing is anomalous here. To analyze people, classify them, use them, discard them and replace them once their capacity for resistance is diminished, this is a historical pattern, a norm.
On the resistance of bodies is the last title of this set of observations. My name: José Luis Cuevas, son of Alfonso and Margarita, Mexican, alone, without children. At the end of this project I reached 43, in my country, a symbolic number. The production of these images coincides with a long period of recurrent dreams in which, while I sleep, society suffers scarcity, repression, concentration of people, civil war and violence.»
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«Antecedentes y observaciones adicionales: A temprana edad fui llevado a un hospital adonde mi madre daba a luz a un hermano sietemesino que vivió sólo unas horas al interior de una incubadora. Lo recuerdo como una pequeña masa inmóvil de piel rosada, con los orificios de la nariz y oídos sellados con algodón. Mi padre me pidió que me despidiera con un beso. Aún conservo la sensación de estar besando un plástico suave. Polvo y cenizas era el título original de este conjunto de observaciones. Las imágenes han sido producidas casi en automático, como este ejercicio de escritura.
Durante mi adolescencia, desarrollé la manía de buscar a mi padre por teléfono varias veces al día. Tenía la sensación de que algo le pasaría, algún accidente, robo o asesinato. Cuando falleció, hace apenas unos años, lo encontré en una sala de urgencias, con la quijada al aire, abierta por un tubo respiratorio que le atravesaba boca y garganta. De aquella paranoia desarrollé la manía de mirar portadas de prensa policíaca sólo para cerciorarme de que ningún ser querido estuviese en primera plana. El año pasado una alumna fue asesinada por su novio. A la mañana siguiente, al acercarme al puesto de periódicos, mi temor se materializaba en la última imagen que vería de ella. El hombre en primer plano, ella al fondo, en su cama, difuminada. No pude sostener la mirada. De inmediato sentí un dolor en el pecho.
Dolor en el pecho pudo haber sido otro título. El cuerpo está siempre expuesto al roce con otros cuerpos. Podemos literalmente pisotearnos, hacer jabón con nuestra propia grasa. Durante un período visité fábricas con la intención de observar máquinas y retratar obreros. Después busqué personas en la calle y las invité al estudio. Más adelante, puse anuncios en un periódico y la gente llegaba sola. Los retrataba desnudos, semidesnudos o vestidos con ropa negra. Sesiones de 150 a 300 fotos. El flash le pone los ojos rojos a la gente. Iniciábamos siempre de frente hasta llegar a un perfil y luego al otro. El acto en sí reinterpretaba un sometimiento autoritario. Un registro de desempleados y subempleados dispuestos a mostrarse por una remuneración económica.
De algunos retratados obtuve datos específicos que aportan información sobre aspectos vulnerables. Cada retratado representa una persona en carne y hueso. Cada uno con su propia circunstancia. Uno de ellos, por ejemplo, es contratado por la industria médica, su trabajo consiste en ingerir pastillas para luego someterse a pruebas de laboratorio. Dejarse observar por transnacionales es seguramente más redituable que posar sin camisa. Lo mejor pagado, asegura este hombre, son los antidepresivos. Otro, diez veces operado del rostro, decidió vivir permanentemente al interior de un automóvil, una especie de exilio social voluntario. Hoy, el carro ya no está. El hombre tampoco. A los automóviles se les desmenuza y se les vende en autopartes.
El interior de una ambulancia sin heridos produce tedio. Uno termina por no diferenciar entre las cosas que pasan por la cabeza y las que ha visto con los propios ojos. Una niña con los huesos rotos. Un taxista aplastado por un tráiler. Una madre que mira cómo su hijo se levanta, por última vez, a combatir al paramédico, como si él le hubiera enterrado la bala que perfora su espalda. Se augura que ese hombre no llegará al quirófano. La soledad y el vacío se engrandecen al interior de una ambulancia sin heridos.
En la historia de la clínica, los hospitales fungen como centros de control y aislamiento. Un doctor, especialista en glándulas, me facilita el acceso a uno de sus internos. El hombre muestra a la cámara un cuerpo voluminoso. Aquí ya nada es anómalo. Analizar a las personas, clasificarlas, utilizarlas, desecharlas y reemplazarlas una vez que se ve disminuida su capacidad de resistencia, he ahí un patrón histórico, una norma.
Sobre la resistencia de los cuerpos es el último título de este conjunto de observaciones. Mi nombre: José Luis Cuevas, hijo de Alfonso y Margarita, mexicano, solo, sin hijos. Al término de este proyecto alcanzaba los 43, en mi país, un número simbólico. La producción de estas imágenes coincide con un largo período de sueños recurrentes en los que, mientras duermo, la sociedad padece escasez, represión, concentración de personas, guerra civil y violencia.»